viernes, 2 de marzo de 2012

ELLAS O NOSOTROS, ¿QUIÉNES CONDUCEN MEJOR? ➌

D U R A N T E
Durante su paso por la autoescuela, desde más o menos mediados de los noventa hasta ahora, las mujeres aventajan ligeramente a los hombres como alumnas. Son más trabajadoras, utilizan más y mejor su inteligencia, son auténtica minoría las que dan por sentado que ya saben conducir antes de llegar a la autoescuela (muy al contrario que los hombres), por tanto, se dejan enseñar mejor y aprenden, quizá algo más lentamente, pero cimentando su conocimiento de una manera más sólida y profunda. Son notablemente más serias.  

Foto de Internet, pero perdí el rastro del sitio.
Estoy pensando y hablando hasta ahora de mujeres y hombres jóvenes de entre los 18 y 20 - 22 años en su mayoría, aunque también tengo en cuenta a quienes andan cerca de los 30 pero que no tienen responsabilidades familiares. También me he referido hasta ahora a clases y exámenes prácticos porque en la teórica y su correspondiente examen siempre han destacado las mujeres jóvenes muy claramente sobre los hombres.

Grupo a parte lo forman las mujeres que están entorno a los cuarenta años o más. Éstas, generalmente, se ven obligadas a dedicar mucho más esfuerzo y tiempo en aprender a conducir y, aunque por poca diferencia, los hombres de edades semejantes a las suyas les suelen sacar ventaja. Estoy convencido de que las mujeres de estas edades pierden la partida por los puntos, básicamente, por dos razones:
  1. Tienen la mente mucho más dispersa que los hombres de su grupo y que las mujeres jóvenes
  2. Les cuesta mucho más dejarse enseñar porque están muy acostumbradas a dirigir, organizar y mandar.
Normalmente, casi todas estas mujeres tienen familia -hijos, marido-, trabajan en casa y fuera de casa, son capaces de pensar y hacer un montón de cosas a la vez y les cuesta mucho concentrarse en una tarea que exige una concentración muy elevada durante todo el tiempo que se realice, como es conducir. Dichas alumnas, siempre manifestaban dar por supuesto que serían torpes y que les costaría mucho aprender; yo les decía que no tenía por qué ser así, que aprovechasen la clase de coche para desconectar de todo lo demás, de ese modo, automáticamente se centrarían más en ellas (en todos los sentidos) y aprenderían mejor y más rápido. 

Foto de Internet, pero perdí el rastro del sitio.
Ha de ser muy difícil dejar de pensar en mil pequeños detalles que ocupan la intendencia de atender dos trabajos con la fuerte implicación afectiva que conlleva uno de ellos añadida. Levantarse a las 7, como muy tarde, preparar desayunos y ropas, llevar a los niños a la escuela, hacer algunas compras y recados diversos, poner una lavadora dar clase de coche a las 11, volver a comprar, colgar la ropa, hacer comidas prepararse para ir a trabajar, estar a las 15 en esa nueva tarea, llegar a las 23 a casa, seguir en faena, acostarse a la 1 o las 2, ¡del día siguiente, por fin! ¿Dónde quedó la clase de coche? Y dentro de unas pocas horas volver a empezar. Agota, sólo escribirlo. Y luego quiere ese de la autoescuela que lleve el coche perfectamente recto, que gradúe bien la velocidad, que cambie de marcha sin dar tirones, que mire por los espejos, ponga los intermitentes a tiempo... Encima, me dice que repase la clase mentalmente, sentada tranquila y sin que nadie me moleste, lentamente, sin prisa, ¡JA! y luego que prepare del mismo modo la de mañana. ¿Pero qué se ha creído ese tío? Nunca me han partido la cara, gracias a Dios, hasta ahora, pero pensándolo bien, creo que he tenido mucha suerte.

Otra pionera, al pie del Sagrado Corazón de Bilbao
Foto tomada del sitio:
www.autoescuelabarcelona.biz
Creo haber dicho por aquí alguna vez que estoy y estaré siempre enormemente agradecido a todos mis alumnos, entre otras muchas razones, por lo mucho que me han enseñado y he aprendido de ellos y gracias a ellos. Pondré broche a este penúltimo capítulo con una excelente lección que me dio una alumna. Girábamos para cambiar de dirección a la derecha en una calle de Bilbao, nos encontramos un paso de cebra y de forma un tanto indefinida y descuidada una mujer comenzó a cruzar la calzada, empujaba una silla con un niño pequeño en ella, llevaba dos bolsas llenas de compra -comida y esas cosas- y otros dos niños de unos 5 y 7 años, respectivamente. Los niños cruzaban de forma un tanto errática y aquella mujer, de unos cuarenta años, no parecía muy pendiente de ellos, por momentos se sujetaban a la silla o a su brazo, por momentos se soltaban. La alumna detuvo el coche y a veces el marco del parabrisas parece una pantalla por la que pasa una película, un esencial instante de vida, un cortometraje lleno de emociones que yo no percibí. Protesté, no a la caminante, quería hacerle ver a mi alumna que la mujer cruzaba mal por mucha preferencia que tuviese, con riesgo de ser atropellados alguno de sus hijos o ella misma; sin acabar mi explicación, mi alumna dijo: “Mira cómo va, con tres criaturas y la compra. Ya tiene bastante”. Intenté replicar, quería decirle: “Bueno, y qué. Debe protegerse más y proteger a sus hijos”. Apenas había comenzado a hablar, me cortó por lo sano: “Vosotros no sabéis lo que es eso.” No dije nada más, entonces entendí. Aquella alumna reanudó la marcha y yo aprendí una lección de solidaridad y de percepción más allá de la realidad aparente que nunca olvidaré.
Esteban

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