sábado, 10 de diciembre de 2011

CHOQUE CON UN JABALÍ ❷

AVISO PARA NAVEGANTES
Hay dos cosas que destacan sobremanera en el relato de la entrada anterior con el fin de reducir al mínimo la gravedad de las consecuencias de la colisión.
Mantener el coche en el carril.

Distancia de seguridad correcta y suficiente.
Mantener el coche en el carril por el que se va circulando, en la trayectoria que se lleva, depende de mí. Creo que es evidente que si hubiese dado el clásico volantazo difícilmente estaría escribiendo estas líneas, en el mejor de los casos me hubiese hecho daño precisando de atención médica y hospitalaria porque me hubiese salido de la vía y dado numerosas vueltas de campana sin poder controlar absolutamente nada de esos movimientos. Tanto si se gira a la derecha como a la izquierda la salida de la vía está garantizada, a no ser, que de hacerlo hacia este último lado se choque antes con un vehículo que circula en el sentido contrario, todavía peor.


Desde luego estoy mentalizado desde hace muchos años para evitar dar volantazos, ya me iba dando cuenta de lo nefasto que es (casi siempre) cuando andaba en bici, antes de cumplir los 18. Lo he practicado muchas veces ante situaciones muy críticas y de riesgo inminente, tanto desde el asiento de la izquierda como desde el de la derecha. 
El volantazo, como primera acción, salvo rarísimas excepciones: nunca.
Lo cual no impide que, en ocasiones, sea imprescindible cambiar la trayectoria para evitar un accidente, pero cuando ya se ha disminuido de forma notable la velocidad y ese giro de volante impide perder el control. A pesar de lo dicho, siempre es agradable oír de personas expertas aquello que uno ya sabe; tanto los dos agentes de la Guardia Civil como el señor de la grúa, expresaron que menos mal que no había dado un giro brusco de volante porque las consecuencias hubieran sido peores y me hubiese hecho daño. El conductor de la grúa lo expresaba de un modo muy gráfico y claro: “Lo que hay que hacer es agarrar fuerte el volante y seguir recto”. Pensé y analicé lo más fríamente posible este accidente escudriñando si había cometido alguna acción errónea durante o antes para no volver a repetirla jamás (estoy muy acostumbrado a hacerlo conmigo y con mis alumnos) y me di cuenta de que si vi el jabalí que estaba en el sentido contrario después de ver la silueta del que tenía en el mío, muy probablemente fuese porque busqué una escapatoria. No estoy plenamente seguro de esto, pero me alegra, ya que prueba ante mí que antes de girar miro aunque la colisión sea inminente.
Aprender a mantener la trayectoria en cualquier circunstancia y cambiarla sólo si es absolutamente imperativo, es fácil. Tan solo exige constancia durante el tiempo que requiere la acción hasta convertirla en hábito. En la autoescuela a todos los alumnos les insistía sistemáticamente en ello, desde el primer día hasta el último, bloqueando el volante con mi brazo izquierdo si era necesario, incluso cuando me decían -y con razón- que se podía librar y continuar; entonces, les contestaba felicitándoles por su buena observación pero insistía en que lo hiciesen como les indicaba aunque sólo fuese a modo de entrenamiento, para que el hábito eche una fuerte raíz. La técnica es sencilla y está al alcance de cualquiera, en, y fuera de la autoescuela: consiste en dar prioridad a la trayectoria e inmediatamente después -casi a un tiempo- a la velocidad. Para cualquier cosa cuyo movimiento queramos dirigir (incluso el de nuestro propio cuerpo andando), la primera decisión a tomar es, por dónde; y la segunda, a cuánto. Primero se apunta y luego se dispara. Trayectoria correcta y velocidad adecuada. Esto hay que dominarlo. Si en una vía urbana ve un coche en doble fila que le obliga a cambiar de carril, por muy seguro que esté de poder girar y continuar sin problemas, como primera acción, evite el giro; lleve, al menos, el pie derecho al freno -aunque no lo pise-, repita la observación y luego gire. Incluso en situaciones similares y con circunstancias extremadamente fáciles, evite girar como primera acción o hágalo -en estos casos- inmediatamente después de haberse dado cuenta de que pudo girar en el instante anterior. Tuvo el impulso pero abortó la acción. Si persevera un tiempo (generalmente no mucho), la acción correcta surge como por arte de magia sin intención ni esfuerzo, automáticamente.
La distancia de seguridad que mantenga el coche que me sigue no depende de mí, pero a veces, algo se puede hacer. No es el caso de este accidente, gracias a Dios y a María, la mujer que conducía detrás de mí con una holgada distancia de seguridad, otro factor determinante para que no haya sufrido ninguna lesión, ni un rasguño y con las gafas en su sitio. Mas la distancia por sí sola no basta, además, hay que ir atentos; por mucha distancia de seguridad que se deje, si se va distraído y algo le ocurre al vehículo de delante, el que le sigue le alcanzará. Casi seguro.

Foto tomada del sitio www.motorzoom.es
Decía que algo se puede hacer, a veces, si quien nos sigue lo hace a muy corta distancia. Lo primero es no provocar. De acuerdo, que yo vaya lento no debe servir como justificación para que quien me siga me mire a los ojos a través de mi retrovisor. Pero tampoco es difícil entender que cuando alguien se descoordina de los demás vehículos disminuyendo la velocidad de un modo notable y sin motivo, los otros coches sufren una magnética y fuerte atracción por el lento.
También es cierto, aunque ocurre bastante menos, que uno puede ir perfecto de velocidad, a la máxima permitida e incluso un poco por encima y el que nos sigue parece nuestro remolque. En este caso hay dos opciones, o se aumenta el ritmo de marcha lo bastante durante unos cuantos kilómetros hasta perder al acosador, o se va atento a ver si se encuentra alguna zona en que se pueda adelantar y se le invita a que lo haga. Normalmente, me decanto por la segunda posibilidad, casi siempre, aunque fastidia tener que buscarle sitio para adelantar y decírselo e ir pendiente de todo esto sólo por la supina estupidez de un individuo. Mas no conviene reparar ni un segundo en estas consideraciones ni dejar que nos distraigan malos pensamientos. Yo aplico el instinto de supervivencia, si algo ocurre circulando así, quien más daño va a sufrir soy yo y no me lo aliviará saber que no fue mi culpa, si es que me dan la razón. Así que en cuanto veo una zona en la que se puede adelantar, pongo intermitente derecho, me orillo algo más hacia ese lado y levanto el pie del acelerador; hay veces, que ni por estas se da el del “remolque” por aludido y es necesario ser más explícito con la invitación, entonces acaricio el freno para que se enciendan las tres luces rojas y romper el poder del imán. Suele funcionar.
Otra lección importante que brinda este accidente: el coche. A igualdad de todos los demás factores existe un mayor o menor riesgo objetivo de padecer lesiones con según qué coche se sufra un accidente. Conducía un Renault Clio matriculado en diciembre de 2008 y modelo actual en el mercado. Soy aficionado a coches y aviones desde que tengo memoria, sabía que este Clio estaba muy bien dotado en materia de seguridad pasiva, también activa, pero la primera es la que importa ahora. Me sorprendió muy agradablemente, cuando me bajé del coche muy poco después de sentir el violento impacto y ver cómo sonaba y estaba, tuve la sensación de que era un coche más grande, más caro y con más prestigio. Todas las puertas, capós incluidos, abren y cierran perfectamente, por ejemplo; el parabrisas estaba intacto, el techo sin ninguna deformación, el salpicadero no emitía ningún crujido... Eso sí, los cinturones están todos bloqueados aunque iba solo.

Así quedó el Clio

En el típico caso en el que existen dos coches en una familia y el marido utiliza el más grande, nuevo y caro mientras que para la mujer o algún hijo que es conductor novel se reserva un coche pequeño, barato y viejo... Convendría revisar seriamente esas decisiones y darle la vuelta a la tortilla. Hace años que estoy completamente convencido y recomiendo a todo el que me pregunta que el mejor coche disponible debe ser utilizado por el conductor o conductores menos expertos. Generalmente, quienes me han oído decir esto se ríen. Total, para ir de aquí ahí... Nunca se sabe dónde y cuándo podemos tropezar. He conocido casos de accidentes graves nada más salir del garaje, al lado de casa.
Antes de comprar un coche, nuevo o usado, es conveniente consultar, estudiar y comparar los informes que publica el organismo EURONCAP sobre distintas pruebas de choque. En más de una ocasión participé en conversaciones en los que se alababa a los modelos de Dacia por lo asequible de su precio. Doble o mitad, me decían, con respecto a otros coches de categoría equivalente. Sí, pero por mi parte concluía que prefiero un Golf de segunda mano, o Mégane, Astra, Focus, C 4, Ibiza... Clio. Son mejores y están mejor hechos, especialmente por donde no se ve. La diferencia de precio no sólo está en un logotipo. Conviene llevar un buen coche, que no ha de ser necesariamente caro y nuevo, pero bueno.

Foto tomada de la Web de EURONCAP
Desde casi el comienzo de este relato seguro que algunos lectores, o todos, habrán pensado que el hecho de haber cambiado a luz corta poco antes del accidente pudo ser determinante para que este se produjese. Yo también lo pensé, casi de inmediato y echando pestes. Lo comenté a los guardias civiles, al conductor de la grúa y al taxista, los cuatro me dijeron que era igual: “aunque vayas con largas no los ves”. Quiero pensar que sí, que los vería un poco antes, pero... Otra cosa es que si los animales salen a la calzada lo bastante cerca es igual que los vea o no.
Cuando hablaba de la conducción nocturna en las clases de teórica siempre decía a los alumnos que, de noche, toda la luz que se lleve es poca, sin deslumbrar nunca a nadie, por supuesto. La mejor ayuda que he tenido viajando de noche ha sido una espléndida luna llena en un cielo sin nubes. Mas, desde luego, habría que considerar seriamente contar con faros de xenón.

Foto tomada del blog GYP XENON
 El seguro, otra cuestión importante. En las clases de teórica, los alumnos solían quejarse de su elevado precio, yo les decía que era la única cosa que pago con gusto esperando no utilizarla nunca y haciendo cuanto esté en mi mano para ello, claro. Por supuesto recomiendo vivamente, siempre que sea posible, contratar un seguro a todo riesgo aunque sea con franquicia. No es mi caso, es más, nunca tuve seguro a todo riesgo salvo alguna que otra vez en un coche de alquiler. Pero lo tendré en cuanto pueda. En el caso de este accidente, mi seguro (a terceros) reclamará los daños al seguro del coto o a su propietario, pero el coste de la reparación debo pagarlo yo primero con un precio estimado de entre 5.000 y 6.000 euros. ¡No está mal! Aproximadamente el valor de mercado del coche o poco menos. En principio, lo recuperaré pero quizá dentro de varios meses. Si hubiese... Sí, si hubiese tenido seguro a todo riesgo no tendría que adelantar el dinero.

El pasado nunca se puede cambiar, creo que hay que aprender de él y rápidamente seguir mirando y andando hacia adelante. “A lo hecho, pecho”, dice otro refrán. La vida sigue, mañana de nuevo sale el sol. Si pueden ocurrir cosas malas de súbito, también de súbito pueden ocurrir cosas buenas, ¡y ocurren! Si hay sombra es porque hay luz. Seguiré conduciendo con cuidado, siempre lo hago; y de noche, siempre que tenga que hacerlo o me apetezca, soy búho, qué se va a hacer, pero se debe conducir sin miedo.

La marca del cinturón, como para llevarlo sobre la piel.
Los agentes de la Guardia Civil nos comentaron que en la provincia de Zamora hay más de mil casos de accidentes con animales al año, en la de Burgos también. Y también hablaron de un tipo de accidentes que dicen que se dan con relativa frecuencia y que consiste en que un ciervo que cruza la carretera choca contra el lateral de un coche que está circulando en ella. Me pareció peor, por tan sorprendente. Les pedía a mis alumnos que llevasen siempre su ventanilla subida durante las clases prácticas, si tenían frío o calor solo tenían que decírmelo (o no) y les pondría (o se ponían) el aire acondicionado o la calefacción. Ya saben. Desde luego yo no pienso abrirla viajando de noche, no quiero que un ciervo me bese en la mejilla.
Puedo imaginar -creo- el terrible dolor que sufrió el jabalí y lo lamento mucho. Cierto y verdad, como dicen por levante, que lo lamento mucho. Me siento inocente, literalmente, pero él o ella, aún lo eran más.
Esteban

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